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¿Qué estamos haciendo?

CARTA ABIERTA A LOS PADRES DE UNA MADRE EN EJERCICIO

            Según los últimos descubrimientos neurocientíficos los tres primeros años de vida son determinantes para la formación de nuestra corteza cerebral. Es en estos años cuando se realizaran las conexiones cerebrales que definirán nuestras capacidades, y personalidad en la edad adulta. Pues es entonces también cuando el instinto de conservación nos hace aprender y adaptarnos a nuestro entorno. Y ¿por qué digo esto? Intento destacar, como en verdad la tiene, la importancia de la educación que los niños reciben en su más tierna infancia, cuando equivocadamente afirmamos que no se enteran de nada. Hay científicos que afirman que este aprendizaje comienza en la gestación e incluso que parte de este, viene ya de alguna manera semiinscrito en los genes que recibimos.

Así pues, las circunstancias y la educación de cada familia en este período serán cruciales. No culpabilicemos al sistema educativo como responsable máximo de nuestros fracasos. Educamos todos. Bien o mal, con mayor o menor acierto, con mayor o menor interés. Educa la familia, los amigos, la televisión, los videojuegos, los cuidadores… la sociedad entera.

             Esta carta es un intento de ser garante de la buena educación que recibí de mis padres y de la hermosa riqueza semántica de nuestra lengua, que tanto amo. No soy una mojigata y no voy a confesar aquí, mis pequeños pecados. Baste con decir que vivo en el mundo actual y me aprovecho y beneficio de tantas maravillosas oportunidades que hoy disfrutamos, aunque por supuesto, no son todas las que deseo y espero.

             Quisiera hacerles partícipes de algunas observaciones que suelen alterar cada vez con mayor frecuencia, mis pequeñas escapadas en soledad para reflexionar en calma mientras camino junto al mar. Para ilustrar estas disquisiciones permítanme que les cuente lo que he oído durante uno de estos breves paseos. Me abruma esa bendita costumbre de algunas personas de gritar lo privado para toda la audiencia.

Quizá debería aclarar que en esta época mi localidad recibe multitud de visitantes, por lo que no necesariamente me refiero a mis convecinos.

              Una bonita familia se acerca desde el frente, papá mamá y un infante que salta feliz llevando el compás con un palito en la mano y sin querer parece pisa a su dulce madre. Esta responde con un gesto soez, grosero, maleducado, empujando airada al infante.

      – ¡¡QUITAAAAAAAA!! ¿Será tonto el niño?

Y prosigue riñendo al pequeño que no acierta a comprender la gravedad de su acompasado bailecillo.

               Ahora se acerca una joven hermosa, supermoderna, con ropa deportiva perfectamente coordinada, aunque no a su ritmo de caminar que es errático y desigual. Tiene un pinganillo en la oreja y luce un teléfono móvil en la mano izquierda porque necesita la derecha, sin duda es diestra, para realizar toda suerte de gestos violentos y agresivos cual si estuviese siendo atacada por un enjambre de avispones asiáticos en una sesión de hipnosis.

       –  Joder tía, ¿qué coño pasa? ¿Es que no te enteras? Que estoy hasta los güevos tía, porque esto es una mierda. Si tía, que es que no piensas en los demás, tú a lo tuyo, me cago en la mierda, y a los demás que nos den por culo, no te jode. Ya podías pensar un poco en los demás, vaya, digo yo,….

              Me voy alejando y se acercan dos preciosas jovencitas cuyos cuerpos podrían haber inspirado a Cameron a crear sus elegantes avatares. Soy incapaz de calcular sus edades pero no tengo ninguna duda que aún se hallan en el instituto, es decir, inmersas en nuestro eficaz sistema educativo.

– Que sí tía, que le rajo el pescuezo. Me cago en la madre que lo parió. Mamón. Mira que se lo dije. El hijo puta. Ahora mismo lo voy a llamar y si se atreve que me lo diga. Ese se va a enterar.

Alguien responde al otro lado.

        -Joder que mierda tío, me cago en la puta. Y cuelga, mientras se alejan prosiguiendo con su sarta de improperios.

            Sería triste y deplorable continuar con esta retahíla de vergüenzas que pueden escucharse por doquier, un día cualquiera durante un paseo relajado. Basta pasear en silencio y escuchar sin interés.

¿Qué está pasando? ¡Qué estamos haciendo o dejando de hacer? ¿Qué sociedad queremos para nuestros hijos, y para los que vendrán después? Nuestra educación del todo vale, nos está llevando al traste.

Es la incompetencia de esta sociedad que no cuida de sus menores.

Quisiera, una vez abierta la caja de los truenos, participarles de la inmensa tristeza y vergüenza que siento al encontrar sembrados de mínimas braguitas o tangas, la mañana siguiente a la noche de San Juan, los plácidos jardines que transito.

Me pregunto si estas niñas han sido conscientes y responsables de mantener relaciones sexuales de cualquier manera, en cualquier lugar, con cualquier persona. Cierto que me quedan lejos estos años, pero conozco el alma femenina, sé de su fuerza, de sus necesidades, de sus deseos, de sus frustraciones y anhelos. ¿Estas niñas han elegido libremente estos actos? ¿Tienen la suficiente madurez para elegir y decidir?¿En verdad, ellas deseaban dejar perdidos sus mínimos pantalones, sus preciosos bikinis? ¿Cómo habrán llegado a casa semidesnudas? ¿Se habrán sentido maltratadas, humilladas, cosificadas? ¿Realmente se sentirán satisfechas con estos encuentros clandestinos? ¿Y sus familias, sabrán que ropa llevaba su hija al salir? ¿Les habrán preguntado cómo han pasado la noche, si se han divertido, si todo ha ido bien? ¿Les habrán ayudado a aprender a respetarse y valorarse?  ¿O seré yo acaso quién me pierdo en divagaciones sobre asuntos que no me incumben? Si así es, ni quiero ni puedo aceptarlo.

¿Qué sociedad estamos gestando que no protege a nuestros niños, que no les ofrece recursos para su propia responsabilidad, y les deja tan fácilmente a su alcance el alcohol, las drogas, su propia infravaloración?

No sé ustedes qué pensaran. Quizá todo depende de nuestros propios intereses y diferentes puntos de vista. Sin embargo yo defiendo que hay algo o debe haberlo, que nos relaciona a todas las personas, sin distinción ninguna. Algo meta… no sé qué, que a todos nos implica y afecta. A la Humanidad completa No sé si se llama ética, educación, moralidad o filantropía; poco importa el nombre. O quizá sí importe: También soy de aquellas personas que creemos en las palabras.  Creo que las palabras nos ayudan a integrar ideas, sensaciones, pensamientos, sueños e ideales. Creo que las palabras facilitan las conexiones neurales en nuestros cerebros y nos ayudan a comprendernos y a comprender el mundo y a los demás. Como seres sociales que somos esto resulta de suma importancia para todos.

¿Conocen ustedes aquel desgraciado experimento que realizó un rey, Federico II Hohenstaufen (1194-1250), para descubrir el auténtico lenguaje del ser humano por el que prohibió que nadie hablase a los bebes y todos ellos acabaron muriendo? 

Los científicos afirman que la actividad del cerebro necesaria para todo proceso de aprendizaje es estimulada durante el establecimiento de la comunicación emocional a través del tacto, el oído y del contacto visual con nuestro interlocutor. Entonces, ¿qué estamos enseñando? ¿Qué estamos aprendiendo? ¿Acaso no queremos a nuestros niños?

No hacer nada también nos convierte en culpables.

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