De lo que se ama…
¿Quién no ha oído decir que sólo se puede amar lo que se conoce?
Me siento realmente confusa.
El otro día veía distraída en televisión un reportaje sobre la sorprendente ciudad de Hong Kong, cuando de repente estallaron en mi espíritu (creí que ya no existía) todas las alarmas de la vergüenza y la tristeza, tras ver a algunos ancianos en sus miserables jaulas-vivienda , el claustrofóbico hacinamiento, la horripilante miseria, la desidia social, la ignominiosa realidad que se esconde en nuestras magníficas, ultramodernas , superricas ciudades.
Hastiados de ver a diario noticias sobre hambrunas, desastres naturales, bárbaras violencias, aberraciones innombrables, poco hay ya que nos conmueva.
No entiendo por qué estas imágenes cliquearon en mi mente y me llegaron muy, muy adentro. Quizá fuera el rostro de aceptación de estos ancianos, su falta absoluta de esperanza, o la desfachatez cruel de los que observamos aceptando tan desmesurada injusticia.
En aquel momento me decidí a abandonar mi ordenada vida: trabajo, hipotecas, ansiedades, insatisfacciones, egoísmo…, y purgar mis vanidades acomodadas en la erradicación de semejantes afrentas.
Mas, tras escasos segundos dubitativos, una nueva alarma pidió paso en mi mente.
Recordé que tengo un padre. Un padre anciano y débil que necesita mis cuidados.
Un padre que me resulta difícil atender o al menos molesto, o poco motivador. Un padre a quien todavía (y ya soy bastante adulta), no he sabido perdonar todos los errores, que desde mi absoluto y por supuesto certero punto de vista, pudiera haber cometido.
¿No será que nos sentimos capaces de amar a un extraño al que no prejuzgamos, mientras somos incapaces de amar sin reservas a alguien próximo con quien tenemos algún desacuerdo? ¿Será por eso que solo echamos de menos la familia cuando estamos lejos, y todos nos parecen entonces maravillosos?
Porque entonces tendríamos que pensar que solo se ama lo que verdaderamente no se conoce ¿o no?
