Un cuento de Bled: La verdadera historia de la cabra eslovena.
En el noroeste de Eslovenia, junto al hermoso y tranquilo lago de Bled se alza inexpugnable sobre una agreste peña el inaccesible castillo. Cuentan las viejas leyendas que hace muchísimos años un príncipe desgraciado habitaba aquel infranqueable castillo perdido en sus soledades. Poco ha trascendido sobre los motivos que ocasionaron su aislamiento. Hay quién dice que era el único hijo de un malvado rey y su madre lo escondió en este apartado lugar para salvarlo de su ira, otros afirman que era el último descendiente de una dinastía castigada por una extraña enfermedad, incluso hablan de que el príncipe fue condenado por una magia desconocida quien sabe por qué castigo.
Lo que en realidad sabemos es que por algún motivo aquel castigo cesó y llegó un día en que los mensajeros del nuevo príncipe recorrieron todo aquel pequeño país animando a sus gentes a participar en el cumpleaños del joven príncipe. El príncipe abriría las puertas del castillo a todo aquel que subiera a ofrecerle un regalo por su cumpleaños. Habría una gran fiesta llena de sorpresas y pan y vino para todos.
Así, de manera totalmente inesperada supo la población de aquel príncipe solitario. Apenas se acabaron de gritar los edictos comenzaron a circular todo tipo de historias. Todo el mundo se moría de ganas de conocer a aquel su desconocido príncipe. Desde entonces las faenas parecían menos fatigosas, el frío menos intenso y el hambre más llevadera. Porque en aquellos lugares los inviernos son duros y fríos y es muy difícil obtener alimentos para el largo invierno, y aunque hay leña en abundancia, las pobres casuchas no estaban preparadas para los rigores de las intensas nevadas.
Era un pueblo pobre. Todos quedaron desconcertados por tan sorprendente anuncio y no cesaban de imaginar la maravillosa fiesta, la fastuosidad del palacio, la elegancia del príncipe, la exuberancia de platos, la música, quizá espectáculos…. Y bruscamente se daban cuenta de lo difícil que les iba a resultar poder ofrecer un regalo al príncipe.
Porque ¿Qué se le suele regalar a un príncipe?
De pronto los ánimos empezaron a menguar. La gente retomaba sus tareas con aspecto afligido. La inoportuna pregunta les rondaba incesantemente.
“ ¿Qué se le puede regalar a un príncipe?”
Los pastores pensaron en regalarle su más tierno cabritillo, su mejor cordero, la ternera más joven.
Los granjeros pensaban en hacer conservas excelentes para ofrecerle. Otros patrullarían los bosques hasta encontrar el mejor panal de miel. Algunos curtían sus pieles con esmero. Las mujeres tejían maravillosas mantas de abrigada lana. Otras bordaron hermosos tapices. Los herreros se afanaban en crear una espada indestructible.
Se hicieron olorosos quesos, sabrosos embutidos, perfumes especiados. Se idearon todo tipo de ingenios antes desconocidos, y el acontecimiento marcó el ritmo de las vidas de aquellas gentes.
Cerca del lago un muchachito llamado Bogdan, (que en esloveno significa dado por los dioses, más o menos) observaba el lago distraído mientras sus cabras ramoneaban las tiernas hierbas de la primavera. El chico solo tenía diez años, aunque por su altura y destreza parecía mayor. Hasta él había llegado la historia del cumpleaños.
– ¿Cómo será una fiesta de cumpleaños? ¿Cuándo te hacen la fiesta te haces más mayor?
Bogdan desconocía su fecha de nacimiento. Su madre lo abandonó cerca de la cabaña de los pastores poco antes de morir. Alenka lo encontró desnutrido, entre harapos junto a aquella pobre mujer que ardía de fiebre y no pudo pronunciar ni una palabra. Nada sabían pues de su origen ni de su nacimiento. El bebe parecía de pocos meses pero era imposible precisar su edad por el estado en que se encontraba. Alenka lo crió con calostro y leche aguada y lo habían criado como un hijo y como un hijo lo querían. Bogdan no se hacía preguntas sobre la vida o el futuro. Su vida eran sus cabras, el lago y los Jorkpe, su familia. Bogdan era despierto y hábil.
Aprendía todo lo que le enseñaba el bueno de Taylan Jorkpe, y también de lo que observaba, de la naturaleza, y de lo que oía cuando se encontraban con gentes del pueblo.
– ¿Podré ir yo a la fiesta?- se preguntaba-¿Me dejarían entrar o habrá que ser mayor para eso? De cualquier modo que podría llevarle yo, que nada poseo.
El chico dejaba transcurrir los días sin cesar de preguntarse sobre aquella fiesta. Ahora estaba deseando regresar a la cabaña por si comentaban algo más sobre el tema.
Y lentamente fueron pasando los días hasta que el verano estaba en todo su esplendor y el lago era un precioso espejo verdoso repleto de pececillos revoltosos y pequeñas escuadras de patos en formación.
Era el día. Desde lejos se oían sonar trompas y cuernos y campanas. Una fila pintoresca, animada e interminable ascendía los caminos del castillo.
Cada persona del lugar se acercó a ofrecer al príncipe lo mejor que tenía. Pero el caprichoso señor desdeñaba y ridiculizaba a sus súbditos con gestos despectivos y palabras crueles. La fiesta no era tal. Todos estaban serios y humillados ante el altanero príncipe. Y tristes y desalentados comenzaban el regreso habiendo perdido sus ofrendas y sus sueños.
No era muy tarde cuando Bogdan se acercó al príncipe. Había desobedecido a Alenka que trató de impedirle semejante afrenta. El príncipe estaba ya bastante enfadado y aburrido ante el servilismo de su pueblo y su falta de imaginación. Él que de todo tenía, esperaba recibir objetos singulares, desconocidos, alguna sorpresa.
-Son todos unos necios. Que aburrimiento. Ya estoy cansado de ver a tanta incompetencia. Voy a retirarme. Se suspende la fiesta.
Y fue en ese preciso instante. Cuanto el príncipe se levantó Bogdan alcanzó el salón, seguido de una cabrita nerviosa. Todos los allí presentes acababan de escuchar las palabras del príncipe y se apartaban entristecidos abriéndole camino. Y esto fue lo único que vio el príncipe al descender de su elevado asiento. Molesto y fastidiado lo apremió.
-Y tú ¿también vienes a ofrecerme tu cabra?
-Claro que no, mi señor. Respondió Bogdan inclinando un poco el rostro sin dejar de mirarlo.
-¿Cómo? ¿Qué no es para mí? Aclárame esto si te atreves. -El príncipe olvidó su fastidio y dejaba paso al enfado.
– Claro Señor, no os la puedo ofrecer porque la cabra no es mía, sino vuestra.
-¿Cómo te atreves? ¿Me has robado una cabra?
-No, señor, no es eso. Yo solo las cuido.
– ¡Explícate o haré que te azoten ¡
– Veras señor. Yo cuido tu ganado en la granja de los Jorkpe, que son una buena familia que me han criado como hijo suyo sin serlo.
– Vaya, rió el príncipe, ya veo que tu vida entera es una farsa.
Y todo el mundo rió su ocurrencia. El pobre muchacho no sabía qué añadir.
– Vamos, estoy esperando tu explicación.
– Pues señor, hasta mí llegó la noticia de vuestro cumpleaños, y por más que pensé no pude encontrar nada con que agasajaros, puesto que nada poseo. Pero pensé que por ser príncipe vos tendríais ya de todo y quizá os gustaría jugar a algo diferente a lo que soléis jugar.
– Vaya, qué idea tan interesante. Prosigue muchacho.
– Como ya he dicho yo cuido vuestro ganado, y lo hago bien, de veras. Pero tantas horas solo en la montaña dan tiempo para buscar ideas. Me gusta observar los animalitos y las flores y el agua y las montañas, pero a veces me aburro y juego a lanzar piedras o a saltarlas o a cazar pajarillos, que no se dejan, claro..
– ¿Y?
– Bueno, pues que a veces también juego a ser caballero y monto sobre una cabra llevando mi cayado como espada.
– Interesante…. ¿Y todo esto tiene algo que ver con mi cumpleaños?
– Si, señor. Oí decir que esperabais un regalo especial de vuestro pueblo. Yo nada tengo, pero pensé que quizá os resulta divertido montar sobre esta cabra, que es la mejor que he tenido. Es lo mejor que puedo ofreceros. La cabra es traviesa y no se deja montar fácilmente. Es probable que acabéis en el suelo, pero es una experiencia muy divertida, si queréis probar, alteza.
Todo el mundo rio la ocurrencia del muchacho. Todos menos el príncipe que muy serio le preguntó:
– ¿Tiene nombre tu cabra?
– ¡Cómo nombre señor, si es solo una cabra! Y , como ya os dije, no es mía sino vuestra.
Al príncipe aquel joven le iba resultando cada vez más interesante. Lo observó atentamente. Parecía fuerte aunque estaba extremadamente delgado. Su pelo eran unas greñas hirsutas, del color de la paja mojada, que le cubrían parte de los hombros. Se cubría con unas calzonas pardas, raídas, y una camisola de iguales características. A la cintura llevaba una especie de cinturón de cuero viejo.
– Y tú ¿tienes nombre?
Y de este modo se inició una relación entre ambos que se prolongaría a lo largo de sus vidas.
Bogdan ya no volvió con las cabras. Quedó junto al príncipe y se educó como él, en el estudio de las artes, las ciencias y las armas. Cuentan que el príncipe se dio cuenta de su egoísmo y tiranía conmovido por la actitud del chico que le regaló la única diversión que tenía.
¿Qué si montó en la cabra? Por supuesto. Ambos se divirtieron de lo lindo. Casi tanto como cuando Bogdan aprendió a montar a caballo. Juntos se desternillaban contando las veces que se caía el uno o el otro de su cabalgadura.
Y para que nunca se olvidara aquella historia que hizo mejor príncipe y mejor persona al dirigente, se erigió una estatua a la cabra cerca del lago en la casa de la montaña. Y allí continúa.
Hay quien cuenta que la cabra es la guardiana de un fabuloso tesoro perdido, y zarandajas semejantes.
Esta es la verdadera historia y así os la cuento.
¿Acaso no es un gran tesoro un gobernante justo y honesto, que procure el bienestar de su pueblo?
Quizá convendría contar esta historia a algunos de ellos. ¿No os parece?
