Relatos

De las palabras

Qué importa mi nombre. Soy buscadora de palabras. Las busco en todas partes, escritas en las paredes, en las conversaciones de la calle, en los diarios de la tele, en los libros, en los gritos que viajan por el aire, y las pienso, las atesoro, las estudio, las cuido, las conquisto, y hasta las sueño.

A veces las palabras no están solas.Hay palabras que guardan la belleza de su significado en el conjunto, en la armonía de compartir, y así hay frases inolvidables, expresiones socorridas, mensajes fabulosos.

Las busco, por ejemplo, en los títulos geniales de algunos libros: Los Miserables, Los renglones torcidos de Dios, Crimen y castigo, La vida es sueño, Los cipreses creen en Dios, La insoportable levedad del ser, La sombra del viento…Aunque hay títulos geniales para libros, que no siempre lo son.

O títulos de películas: Lo que el viento se llevó, La muerte tenía un precio, Por quién doblan las campanas, Viaje al centro de la Tierra, Memorias de África, Mujeres al borde de un ataque de nervios, …

O de canciones: Polvo en el viento, Sobreviviré, La amistad nunca termina, El gato que está triste y azul, Que mundo tan maravilloso…

Y por supuesto, los busco en los libros, en los que exploro con lupa una frase célebre, algunas imposibles, unas palabras que suenan a música, una metáfora mágica; y con ellas voy engrosando un cuaderno con el que me deleito y me protejo en ocasiones, cuando temo perder la fe en mí, en nosotros o en todos.

Mi proyecto más interesante sería inventar palabras nuevas, crear palabras nuevas para la luz incierta del amanecer, palabras alegres al despertar de mi hijo, palabras tiernas al adiós de mi amado. Pensar, sentir, crear palabras nuevas al viento que renace, al arrullo del mar, al olor que me sorprende. Encontrar en el día las palabras hermosas que sueño cada noche y crear nuevas cosas, al nombrarlas de nuevo.

Bien, sí, está bien, pero creo que no era de esto de lo que quería hablarles.

Entre las palabras que busco, también hay nombres, nombres sonoros, inequívocos, redondos, que recogen, expresan y guardan el sentido de su pálpito. Palabras como aurora, cosmos, nube, niño, flor, música, abanico, crepúsculo, alegría, mamá. pan, agua, libro, amapola, amigo, manantial …. que pertenecen a todos, las usamos todos, pero no tienen dueño.

Yo no soy escritora. A pesar de poseer gruesos volúmenes de palabras, no he aprendido el arte de hilvanarlas. Yo sólo busco palabras, igual que otros persiguen aventuras o éxitos. Y creo que mi trabajo es magnífico, porque las palabras nos alejan de nuestra parte animal, y las palabras hermosas nos elevan sobre nuestra mediocre cotidianeidad.

Las palabras nos acercan o nos alejan de las personas. Según las usemos, pueden ser un arma poderosa, una dádiva, un regalo, un compromiso, una afrenta, la causa del odio o del amor.

Las palabras crean nuestro universo personal, lo amplían, aumenta nuestro conocimiento del mundo y de las cosas, da vida a los seres al nombrarlos, da vida a nuestra mente al identificarlos.

Es divertido analizarlas, relacionarlas, clasificarlas, desmenuzarlas, utilizarlas. Hay palabras de todo tipo: musicales, como libélula, chaparrón, susurro; olorosas, como, fragancia, brisa, perfume, aroma; palabras tiernas, como balbuceo, caricia, infancia, remanso, abuelo; palabras extrañas, como monopolio, absorbente, estrabismo, incertidumbre, trasnochar; palabras oscuras como delito, mentira, ignominia, enigma; bondadosas, como confianza, generosidad, comprensión, abrazo; palabras terribles, como pederastia, traición, incesto, crueldad; palabras dulces, como beso, miel, suave, nana, atardecer, mirada; evocadoras, como canela, risa, pino, mar ;divertidas, como burbuja, salpicadero, estropicio, saltimbanqui….

Pero creo que no, no; no era de esto de lo que quería hablarles.

Siempre creí que las manos fueron en esencia lo que nos humanizó, al poder crear, tocar, sentir, elevándonos de la atadura de la cuadrupedia. Más tarde he comprendido mi error. Fueron las palabras quienes nos han dado la posibilidad de ser libres. Incluso una persona presa, o muda, puede sentirse libre en su mente si puede leer, comprender, expresar o comunicarse. Cuando aprendes una nueva palabra cuyo significado desconocías, te das cuenta de que eres capaz de dar vida con ella a una nueva idea o de identificar algo que antes no podías.

Creo que no era esto lo que pensaba decirles.

Algunos trabajan las palabras, o con ellas, o viven de ellas; entre ellos tantas personas que envidio por su expresión fácil, segura, rotunda, por sus aseveraciones contundentes o sus acertadas opiniones. Y es que creo, que cuantas más palabras pueblan tu mente, y eres capaz de colocarlas de manera correcta y acertada, más amplio es el mundo que construyes para ti y cuantos comparten esa riqueza expresiva.

Sin embargo, no basta con poseer un rico patrimonio de vocabulario. También la maldad encuentra su lugar entre los cultivados. Hay quienes envilecen las palabras, incluso las más hermosas, que envían cargadas de ponzoña, ira, odio o mala intención, preferentemente si van dirigidas al débil, o al afligido, o al necesitado.

Hay quienes las silencian, tratando de robar libertades o de arrancar derechos, casi siempre usando poderosas falsas razones, apoyadas en pobres palabras sin malicia.

Hay quienes las enmascaran para fingir, mentir, conseguir por la fuerza algo a lo que no tienen derecho.

Hay ladrones de palabras, que, cuando tratas de expresar con dificultad una idea incluso sencilla, llega un ladrón o ladrona, que también las hay por supuesto, y con un par de palabras disparadas estratégicamente, te desarma y te quedas sin tu idea.

Hay voceadores de palabras, que las van soltando sin sentido, sin amor, sin interés y las dejan perderse en el vacío, sin que nadie alcance a recibirlas.

También he encontrado jugadores de palabras. Éstos las utilizan, las usan, abusan de ellas sin reparos, no imprimiendo en su derroche un ápice de su espíritu, que es lo imprescindible para el triunfo. Son sólo bocazas avezados en letras. Y hallo entre ellos con tristeza, a algunos escritores de hoy en día.

Y hay, por fortuna, seres especiales, que hacen arte con las palabras, las componen, las ordenan, las acompañan, incluso las miden, y construyen maravillosas historias, delicados poemas, que al compartirlos te elevan de la mísera existencia de la carne, para llevarte a una dimensión extracorpórea donde los sentimientos son más limpios, más puros los pensamientos, más generosos los deseos, y te conviertes en alguien mejor, en alguien más noble, más humano.

Vaya, creo que de nuevo me he dejado llevar. No, no era de esto de lo que quería hablarles.

Como he dicho, yo las busco. Les doy cobijo y vida, en lo más recóndito de mi alma.

Si estoy sola, las libero y las dejo vagar por mi memoria, como mariposas, y las persigo, y juego a atraparlas intentando encajarles un sentido nuevo, o más amplio, o disparatado o simplemente amarlas. En ocasiones las sueño, y recorro extasiada los lugares más lejanos de mis recuerdos.

Soy una artista de la introspección de la palabra. ¿Que qué es eso? ¿En qué consiste?

Es fácil de comprender, no de sentir. Yo siento las palabras. Las amo. Las vivo. Sufro con ellas y las disfruto y me excito, y me rebelo y me alboroto y me divierto…

Ya dije que soy buscadora de palabras. No exactamente. De mi profesión he hecho arte. Eso es, soy una artista. 

Claro que, últimamente, me cuesta encontrar palabras. En realidad, tampoco es eso exactamente. Es como si se me hubiera roto la red para cazarlas. Como si en mi mente se hubiera abierto un agujero pequeñito al infinito, por donde se me están escapando. Ya no sólo comienzo a sentir torpes las manos, o siento que me flaquean las rodillas. Mi verdadero problema es que no sé qué hacer con mi tesoro. Se me escapa. Guardo un tesoro* inmenso, inexpugnable de palabras maravillosas. Mi verdadero problema es que, desde hace algún tiempo, cuando echo a volar mis palabras como mariposas, para jugar con ellas, ya solo acierto a correr tras ellas, y, a veces también se me escapan y no logro encontrarlas. Tengo miedo de que mi tesoro, el verdadero objeto de mi vida, se desvanezca irremisiblemente como una nube de sueños. No sé cómo resolverlo, ni como cerrar el agujero por el que desaparecen.

Quizá, mi tesoro se muere de soledad por el desuso. Quizá he errado en mi objetivo. Porque el verdadero sentido de las palabras está en la comunicación. De nada sirven guardadas y solas. Se me están yendo. Debería quizá soltarlas al aire para que las coja quien quiera, quien las necesite, quien las desee. Sí. Eso haré. Abriré mi tesoro, y las dejaré libres, para que las puedan amar y admirar y valorar como yo lo hacía, antes de tener este escape en el cerebro. Quizá, pueda ser que alguien las recoja y quiera unirlas para mí, en una frase amable o incluso cariñosa, y venga a compartirlas conmigo, incluso aunque yo ya no sepa recordar que eran mías, ni tan siquiera que las busqué y las amé. Puede que algún día no llegue a comprender el significado exacto de una de mis palabras, aunque sé, que, de algún modo, seguiré amándolas, seguiré escuchándolas como la música de mi vida.

 Lo que en verdad me asusta y me duele, y me aterra, es llegar a olvidar una palabra concreta, sencilla y cotidiana que pertenece por entero a mis hijos, a los que tanto amo: mamá.

* La gente cree que tesoro es lo que vale mucho, pero el verdadero tesoro es lo que no se puede vender. Tesoro es lo que vale tanto que no vale nada.   Industrias y andanzas de Alfanhuí. Cap. III, 3ª Parte- Rafael Sánchez Ferlosio

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