En ruta
-¿Está libre?
La sobresalta aquella pregunta simple. Ya nadie pregunta, porque los asientos están predeterminados desde el momento de la compra.
– Claro hijita- responde sonriendo.
A su lado se deja caer una jovencita que parece casi una niña. Siempre se le dio mal calcular las edades.
La chica no saluda ni apenas la mira. Recula en el asiento, y cierra los ojos.
Carmen deja de observarla y se sume en sus propios pensamientos.
El sol se derrama generoso sobre el cristal de la ventanilla. La temperatura es agradable. Disfrutaría mirando el paisaje.
Echa una ojeada a los andenes; de sobra sabe que su hijo Álvaro no está allí. No le permite acompañarla a la estación.
Detesta la agonía de esos instantes eternos de las despedidas en los que no se sabe a dónde mirar ni qué decir, como si el tiempo se midiese en los despachurrados relojes que soñaba Dalí.
El autobús arrancó suave y comenzó su monótono ronroneo. Enfilaron hacia la vieja estación y Carmen gira tras de sí para admirarla.
Deja vagar su mirada y observa que el autobús va casi lleno. Muchos jóvenes. Sonríe recostando la cabeza en el respaldo. También ella hizo esta ruta miles de veces.
“En fin –suspira- hasta el mes que viene, Almería”.
Vuelve a mirar a la chica que no se ha movido y piensa que el viaje le va a resultar muy largo si la muchacha no se digna mirarla. Pasan junto al puerto. El mar brilla sobre un azul plateado impoluto.
La jovencita se remueve en el asiento y suspira. Le pregunta:
– ¿Estás incómoda?
La chica abre los ojos distraída.
-¿Qué? ¡Ah, no, gracias! Estoy bien.
Se gira un poco, mirando a través de la ventanilla sin decir nada.
“Parece triste o quizá preocupada”. Sin embargo no quiere iniciar una conversación para no incomodarla.
La chica se levanta y extrae un periódico y un bolígrafo de su bolsa. Es un periódico de Málaga- se sorprende Carmen. La respiración de la chica se vuelve más profunda y un gesto adusto le ensombrece el rostro. Pasa las páginas con rapidez buscando algo: ofertas de trabajo.
Carmen la observa sin girar la cabeza, y sin meditar pregunta:
– ¿Buscas trabajo?
La chica se mueve intranquila en el asiento. “Está nerviosa”- concluye Carmen- y espera.
De repente, con brusquedad la chica la mira directamente con unos preciosos ojos de almendra y la interroga:
-Perdone. ¿Conoce usted Málaga?
-Algo. Sí- sonríe Carmen.
-¿Sabe en qué zona está la calle San Vicente de Paul?
– No estoy segura, me suena…Sí, creo que está por el Limonar.
– ¡Puf!
La chica abandona el periódico en su regazo y la mirada en el pasillo.
– Disculpa. No quisiera molestarte. Yo vivo en Málaga y si me dices lo que andas buscando quizá pueda ayudarte.
La chica la mira resuelta, de frente, con los ojos brillantes.
– ¿Tiene una casa y un trabajo para mí?
-Pues hija no sé, la verdad… – duda Carmen algo azorada.
-Oh, perdone. No he debido hablarle así. Créame que lo siento. No soy una maleducada. Es que estoy, estoy… Estoy fatal. – Y le tiembla voz y los labios que aprieta fuerte tratando de contener su congoja.
Carmen la mira con ternura y espera un instante antes de decir:
– No sé si puedo ayudarte, pero podría ser. Lo que sí puedo es escucharte.
La chica se incorpora girándose hacia ella para mirarla abiertamente, esta vez sincera y tranquila.
-Verá usted. No crea que no se lo agradezco, pero no me gusta contarle a nadie mis cosas. Es la verdad. Ni siquiera a mis amigos. Cuando estoy mal, me abro, y en paz.
-Lo acepto.
-Yo voy a Málaga ¿tú también?
-Sí.
-¿Es la primera vez?
-No. Ya he vivido allí un año.
-¿Y no conoces Málaga?
-Poco. Yo vivía en Teatinos.
-¿Estudias allí?
– Sí.
-¿Y qué estudias?
– Industriales- responde con desgana.
-¡Vaya! Pues debes ser una chica muy lista y valiente.
-Pues ya ve que no.
-Hija, yo lo único que veo es una chica preciosa que está disgustada.
La chica salta en su asiento.
-¿Disgustada? ¿Eso cree?
-Perdona. No tengo razones para opinar nada.
-Es verdad. Disculpe otra vez. Le estoy dando el viaje.
-Empecemos de nuevo.- Carmen sonríe tendiéndole la mano- Soy Carmen ¿y tú?
– Genoveva…
– ¡Qué bonito! Verás Genoveva, yo soy de Almería, aunque llevo toda la vida en Málaga. Si quieres que hablemos, podemos hablar, y si no te apetece callamos. A mí me encanta este paisaje. Yo con ver el mar y recordar viejas historias no necesito más.
-Muchas gracias. Es que estoy hecha un lío y no sé qué hacer ni qué decir ni…. no sé.
– ¿Eres de Almería?
– Sí. Soy de Atochares.
– ¿Atochares? ¿Qué es eso?
Natalia sonríe triste.
-Eso, es un pueblecito de colonización de la época de Franco, ya sabe, que está cerca de San Isidro.
-¡Ah! La verdad es que apenas conozco esa zona. Mi familia era de Laujar. Nos vinimos a Almería siendo yo pequeña. Luego me fui a Málaga a estudiar, porque mi padre tenía allí una
hermana. Luego me casé y nos quedamos a vivir…En fin, solo vengo de vez en cuando a ver a mi hijo, que casualidades de la vida, ahora trabaja en Almería.
– Sí, así son las cosas.
-Cuando me fui a Málaga Almería era como un pueblo. Hoy ha crecido tanto que me siento una extraña. Menos mal que mi hijo vive en el centro y puedo ir caminando a todas partes, y si voy más lejos, pues en autobús. En Málaga también vivo en el centro, pero allí sí que voy en autobús a todas partes. Es lo más cómodo. A veces echo de menos el silencio y la vida tranquila y me escapo a una casita que tenemos en La Cala ¿Conoces el pueblo?
– Sé dónde está de leerlo en los carteles, pero nunca he ido.
-También ha cambiado bastante. Ahora solo puedo ir en invierno. En verano es un hervidero como toda la costa. En verano me vengo a San José con unos amigos y me dedico a tumbarme en la playa.
-Qué bien ¿no tiene que trabajar?
-Ya no. Me jubilé hace año y medio. Soy mayorcita.
-Pues parece usted joven todavía…
-¿Todavía? Ves, tú misma acabas de constatar que soy mayor.
– Bueno, mayor sí, pero quiero decir que no parece… vieja.
-Tengo sesenta y dos años. Muchos. Cierto que podría seguir trabajando. Pero no lo necesito y surgió la oportunidad de retirarme y ¡ya ves, a vivir!
-¿A qué se dedicaba?
-Soy abogada. Sí. No me mires con esa cara. Fui un poco pionera en mi época, sobre todo siendo de Almería, que entonces estaba lejos de todo. La verdad es que ya había bastantes mujeres en la facultad, aunque no tantas como ahora. Tuve la suerte de tener unos tíos acomodados y sin hijos. Podría decirse que me adoptaron. Tras muchas discusiones con mis padres me quedé a vivir con ellos. Por eso estudié en Málaga en lugar de en Granada que hubiera sido más lógico.
-¿Y en qué trabajó?
– Nunca ejercí. Antes de acabar, conocí a mi marido. Nos enamoramos perdidamente y nos entró la prisa por casarnos, para tener intimidad. Antes no se podía ni hablar a solas con el novio ¡Un horror! Ni te imaginas lo controladas que estábamos las chicas… Así que conseguí un trabajo en una notaría de un amigo de mis tíos, y allí he trabajado siempre. Acabé la carrera después de nacer mi hijo. Luego tuve una hija que murió en el parto y ya no pude tener más hijos…. Hace cinco años, un camión se llevó el coche de marido cuando regresaba de Madrid. Pasé una rachita bastante ¿deprimida? Tomé una baja y empecé a replantearme la vida. Sola. Dejé de encontrarle sentido a lo que hacía y dije adiós. Ahora me dedico a leer, a pasear y a pintar. No pinto bien, pero soy feliz pintando. Y eso es todo. Te toca.
Genoveva no había pestañeado siquiera. Miraba a Carmen y la escuchaba atentamente. Siguió preguntando:
– ¿Su marido también era abogado?
-¡Qué listilla! –rió Carmen- Tú lo que no quieres es soltar prenda. No. Era ingeniero. Te toca.
-¿Y no le gustaría vivir con su hijo?
– ¿Con mi hijo? No, hija no. Aunque sea mayor, aún tengo ganas de vivir mi propia vida, como siempre hice. Él no me necesita. Tiene su familia. Para ellos sería un estorbo y yo no podría ser libre de tomar mis propias decisiones. Te toca.
Genoveva se revuelve en el asiento sonriendo con desenfado.
– Es que quiero saber más – se disculpa-. Me gusta conocer a las personas. Siempre que viajo en autobús paso el viaje charlando. Se conoce a mucha gente y se aprenden cosas interesantes. Yo hablo un poco inglés y me gusta charlar con extranjeros. Así practico.
-¿Hablas inglés?
– Me defiendo. En mi pueblo vivía una señora inglesa a la que yo hacía los recados. Con el tiempo me tomó cariño y me enseñó un poco su idioma. Murió hace unos años. Gracias a ella tengo una base.
-¿Y podrías enseñarme a mí?
-¿De verdad está usted interesada?
– Por supuesto. Me encantan las nuevas tecnologías, y el escollo es siempre el inglés. Incluso me apunté en una academia, pero me sentía muy torpe. También me compré un curso, pero me desanimé enseguida.
– Entonces hablará un poquito…
– Casi nada. Nunca me he atrevido a hablar con nadie. Me da vergüenza. Solo entiendo un poco.
– A mí no me importaría ayudarle, aunque quizá yo no soy lo más adecuado para usted. Y tampoco sé si voy a poder. Ya le he dicho que no sé cómo voy a organizarme.
-Cuéntame- Y Carmen se arrebuja cómodamente en su asiento animándola con una sonrisa cariñosa.
– La cuestión es que voy a perder la beca, y sin beca, no hay universidad.
-¿Y eso?
-Mis padres son pobres. Soy la tercera de cinco hermanos. Todos tenemos que ayudar. Antes, cuando estaba en Almería, no tenía problemas porque hacía horas en los almacenes los fines de semana y algunas tardes. Sacaba un dinerillo, no crea. El problema es que cuando yo tengo tiempo para trabajar es en verano y en verano no hay trabajo en mi pueblo.
Genoveva hace una pausa larga y continúa.
-El curso pasado estudié mucho y me fue bien en todo, menos en álgebra. Se me atravesó desde el principio, la fui dejando y al final me quedó para septiembre. Durante el curso trabajé en una copistería y algunos fines de semana en una pizzería. Tuve dinero suficiente. Este verano he estado de animadora en un hotel, pero tuve que dejarlo para estudiar, así que he ganado poco y también he estudiado poco, y he suspendido álgebra.
Genoveva esboza una sonrisa triste. Carmen continúa mirándola en silencio, esperando.
-Y ahora-prosigue ya Genoveva imparable- sin beca y sin dinero no sé qué voy a hacer. Por eso estoy tan liada. Voy a buscar trabajo antes de que empiece el curso. Apenas tengo dinero para la matrícula, que encima es más cara.
-¡Vaya!
El autobús enfilaba las largas rectas de El Ejido y ambas se encierran en un incómodo silencio.
Carmen piensa qué decir; Genoveva que porqué ha dicho….
– ¿Sabes?- rememora Carmen sin apartar la mirada del cristal- Cuando yo era joven volvía de vez en cuando a pasar un fin de semana en casa. Entonces no había autovía y el viaje duraba sus buenas cinco horas. Parábamos en todos los pueblos e incluso había una parada para comer. Era agotador. Pero veías todos los pueblos, podías adivinar cómo se vivía en cada lugar y a qué se dedicaban sus gentes. Se hablaba en voz alta y escuchando podías conocer la vida y los problemas de las personas. Era como si formaras parte de ellos. Alguien se sentaba a tu lado, te ofrecía lo que llevara, te preguntaba quién eras, dónde ibas, a qué te dedicabas y te abría su corazón. Si tardaba en bajarse daba tiempo a hilvanar una amistad, y si coincidías varias veces, esa amistad quedaba asegurada. Así llegué a conocer a una de mis mejores amigas que aún mantengo, e incluso hice un noviete. Sí, no te rías, que es verdad.
– Vale. También algunas veces he tenido viajes estupendos y hasta he quedado en Málaga con compañeros de la universidad. Aunque como vivía en Teatinos era un rollo. Apenas hay autobuses y es complicado salir por la noche.
– Cierto. Yo tengo coche y sin embargo me muevo en autobús. Málaga es un caos para conducir.
– Como todas las ciudades.
Las curvas se hacen sentir. Genoveva se siente un poco mareada..
Carmen la mira seria y le espeta:
– ¿Dónde piensas quedarte?
– He quedado con mis compañeras del curso pasado.
De nuevo el silencio distancia sus pensamientos y sus miradas.
-Vaya curvas….
– Sí…
El autobús trepa lento y sinuoso los acantilados de Castell de Ferro.
-Me encanta esta zona- dice Carmen. Creo que es por esto por lo que hago este viaje. Cuando conduces no puedes admirar el paisaje. Así lo ves desde más arriba y se ve estupendamente.
-A mí también me gusta, aunque prefiero la parte de Málaga. Almería es tan seca que cuando veo los campos por la zona de Vélez, no sé, me encanta, me da alegría, y todas esas casa tan bonitas…
– Es un viaje precioso. Ya estamos llegando a mi playa.
Carmen se incorpora en el asiento y con un gesto anima a Genoveva para que se aproxime.
-¿Su playa?
– Yo digo que es mía porque la amo, y todo lo que se ama lo haces un poco tuyo.
Genoveva la anima a continuar con una mirada expectante.
– Bueno, digamos que guardo hermosos recuerdos de La Rijana: ro-mán-ti-cos, enfatiza Carmen al tiempo que sonríe pudorosa. Y no me negarás que es una maravilla.
La playa se muestra humilde en toda su hermosura. Las dos mujeres contemplan en silencio la cadencia de las minúsculas olas que se derraman en la arena.
– Siempre me ocurre igual. Es algo espiritual, inexplicable. Hasta que no pasamos de aquí estoy ansiosa, incompleta… En fin, niña, ya podemos hablar.
Genoveva la mira estupefacta.
-¿Y qué estamos haciendo?
– Me refiero a hablar de ti, de tus cosas.
Genoveva arquea las cejas inquisidora. Carmen la mira seria.
– Te pido que no me interrumpas hasta que acabe. ¿De acuerdo?- Y tras el asentimiento sorprendido de Genoveva , Carmen inició su explicación- Veras, aunque mayor, sigo siendo impulsiva. Y siempre he hecho caso a mis impulsos. No necesito una compañera de piso. Estoy a gusto sola, pero si quieres podemos intentarlo.- Genoveva hace amago de interrumpir- Déjame acabar. Yo tengo un piso muy grande, del que solo utilizo una salita, el antiguo despacho que ahora es mi estudio, mi dormitorio con baño y la cocina. Todo lo demás está cerrado. Déjame acabar – insiste Carmen prolongando las palabras. Te ofrezco mi casa. Gratis. Sin compromiso. Una habitación con salita y baño para ti. Derecho a cocina, pero cocinaré yo. Me gusta cocinar y me gustará más cocinar para dos. Claro que cuando te apetezca, también puedes hacerlo tú. Puedes entrar y salir libremente y traer a quien quieras a tu cuarto. Empezamos a ver qué tal y te dedicas a estudiar. Y si aún necesitas dinero podríamos retomar lo de las clases de inglés ¿Qué me dices?
Genoveva trata de asimilar sus palabras un poco perpleja.
-¿Lo dice en serio?
– Claro- responde Carmen con tranquilidad.
– Y eso ¿por qué?
-Pues porque quiero, porque puedo y me da la gana.
-¡Vaya!
– No te asustes. Piénsalo. Tengo más dinero del que necesito. Soy independiente. Mi hijo y mi nuera son profesores en la universidad y tienen buenos sueldos, y además tienen una buena herencia de su padre. No les faltará nada. Yo tengo varias casas, mi pensión y unos ahorrillos. Ya soy mayor. ¿Algo más?
– No sé….
– Tranquila. No quiero nada a cambio. Ni siquiera necesito tu compañía. No haremos ningún contrato ni estarás obligada a nada. Si te parece bien acepta, y si no, puede que volvamos a coincidir otro día en el autobús, y volveremos a charlar.
No quiero contarte hoy toda mi vida. Ya nos iremos conociendo. Mi marido era muy pobre, pero trabajó mucho, y tuvo suerte. Ganó mucho dinero y yo heredé de mis tíos. Soy socia de Cáritas, La Cruz Roja, Misiones Salesianas, Aldeas Infantiles… Tengo más dinero del que voy a gastar. Puedo ayudarte, que por qué, pues por nada, o porque me veo en ti cuando era joven y me gustaría poder ayudarte para que sigas adelante. Al menos tú estás cerca. Te conozco. Puedo hablar contigo, pedirte algún favor si lo necesito. No muchos, no me gusta molestar. Y eso es todo. Así que lo que tú quieras.
-¿Y no seré una molestia para usted?
-Empieza por llamarme Carmen y ser tú misma. Si ambas somos sinceras desde el principio todo irá bien.
– Entonces – musita Genoveva – debería llamar a mis compañeras..
-¿Ves? Estamos llegando Nerja.
– Madre mía, se me ha pasado el tiempo volando.
– Y a mí también. Vamos a descansar un poco. No olvides que estoy mayor.
Genoveva sonríe satisfecha. No puede creerlo. Esperará unos días antes de hablar con sus padres. Quién sabe. Nunca confió en su suerte pero ¿por qué no? Sí. Merecía una oportunidad. Y podría aprender mucho de Carmen. Su mente galopaba sin control. ¿Cómo sería su habitación? ¡Si ni siquiera sabía la dirección de Carmen! ¡Y qué más daba! Tenía la oportunidad y la posibilidad.
El autobús dejaba atrás la playa de Algarrobo. De nuevo los aguacates acaparaban su atención. ¡Qué árboles tan bellos!
El viaje no había hecho más que empezar……..
En Retamar 25 de Febrero de 2012.